Ecos
Parece como si el paso del tiempo en vez de borrar mi recuerdo o disminuir mi popularidad despertase cada vez más curiosidad y aumentase la demanda de información sobre mi persona
En el verano de 2006 el Museo Albert Kahn de Boulogne, en Francia, consigue localizar a mi biógrafa: les interesa contactar con ella porque el museo está preparando una gran exposición sobre Udaipur y Kapurthala dos principados indios con dos monarcas paradigmáticos, uno Rajputa y el otro Sikh, uno anglófilo y el otro francófilo…
Elisa Vázquez colabora con el museo y descubre la gran amistad que mi esposo el Maharajá mantenía con el señor Albert Kahn. Ambos tras la Primera Guerra mundial, defendían que el conocimiento de las culturas y de las creencias era el único medio de salvar las diferencias entre los pueblos de la tierra y conseguir la paz mundial…
La exposición fue un éxito. Tanto que recibió más de cien mil visitantes en nueve meses.
Todavía me esperaba otra noticia. El Director de Arte Asiático de la Casa Christie’s, en Londres, se pone en contacto con mi biógrafa. Le explica que el heredero de la Casa de Kapurthala le ha sugerido hablar con ella en relación a una venta de joyas que va a tener lugar en el mes diciembre de 2007. En dicho acto subastarán un lote de alhajas que me pertenecieron y necesitan documentar formalmente que fui la propietaria de dichas piezas: dos collares, dos broches, dos pares de pendientes, un brazalete y mi joya más querida, la esmeralda de la medialuna. Para el catálogo, mi biógrafa presta a Christie’s varios retratos de principios del siglo XX en los que aparezco luciendo dichas joyas.
El lote alcanzó un precio de venta que rondó los 900.000 euros.
Pero la cosa no quedó ahí…
Una de las fotos prestada para dicha subasta era la de un óleo de E. Patry que me retrató en 1907 vestida con traje de noche, varios anillos, pulseras y un magnífico collar de rubíes.
Observando la foto un responsable de patrimonio de la Maison Mellerio de Paris, descubrió algo que yo llevaba en el cabello, a modo de prendedor y ¡reconoció el broche en forma de pavo real de casi dos mil brillantes que Mellerio había confeccionado en 1905 para mi esposo!
Era el mismo broche que el Maharajá lucía sobre su turbante el día que yo lo vi por primera vez.
¡Qué cara pondrían los joyeros del siglo pasado si les dijesen que, más de 100 años después, alguien iba a localizar en un retrato mío una de las piezas históricas que había salido de los talleres de Mellerio!
Ya ven ustedes, como si mi historia se resistiese a concluir, cada cierto tiempo vuelven a la actualidad nuevos y variopintos ecos de mi leyenda…