La vida que viví
Los dibujantes de los periódicos representaban a mi esposo gordo y cargado de joyas. Yo pensaba que al pintarlo así llevaban algo de razón, pues él ya era gordo desde pequeño y toda la vida se la pasó el pobre haciendo régimen…
Además yo misma recordaba bien la primera vez que había visto a Su Alteza, en Madrid, y lo mucho que me había sorprendido que el hombre fuera tan cargado de broches, pulseras, anillos y collares.
Y como todo se pega con el convivir, pues a mí se me contagió aquella afición de Su Alteza por las piedras, las joyas y las chucherías por lo que con el paso del tiempo me fui haciendo un joyero de bonitas y valiosas piezas.
Recuerdo que en el año nueve se me antojó una esmeralda en forma de medialuna. La piedra formaba parte de los adornos que enjaezaban la cabeza del elefante más antiguo de palacio. Me encapriché de ella, pues yo pensaba que era una pena que una piedra tan hermosa la luciese un elefante, y se la pedí al Príncipe. Por fin, tras hacerse bastante de rogar, me la regaló. La esmeralda de la medialuna es mi joya preferida. Me gusta tanto que me hice retratar con ella en numerosas ocasiones. Por muchas joyas que me regalen siempre será mi favorita.
Mi esposo tenía mucha ilusión por ver publicado un librito que yo misma escribí contando cosas de los viajes que hacíamos ya que al Maharajá le encantaba ver que yo escribía cada día mi diario, que respondía mi correspondencia y que anotaba anécdotas de nuestra vida cotidiana.
Así que en 1915, Su Alteza entregó mi manuscrito a una casa de ediciones de Nueva York. La obra se titula “Impressions de mes voyages aux Indes” está firmada con mi nombre indio.
Es un libro precioso y muy singular.
Mientras tanto mi hermana Victoria se había casado con Jorge Winans. Pero el americano fue un mal marido. Era mujeriego, libertino y aficionado a las drogas. En el verano del 1917 la abandonó por una mujer de poca condición con la que se estaba entendiendo en su propia casa. El disgusto por la afrenta de su esposo, la Guerra y la peste española acabaron con mi pobre hermana que falleció en 1918. Tenía veintinueve años y dejó cuatro hijos de los que sólo dos la sobreviven: Guillermo y Victoria Ana María, que es mi ahijada y siempre estuvo a mi lado.
Como a perro flaco todo son pulgas, la vida se me torció. Yo estaba muy triste por lo de mi hermana y encima me puse enferma. Sufrí “Complicaciones de estado interesante con enorme pobreza en sangre“ -como diagnosticó el parte médico- que trajeron el resultado de un aborto, una difícil intervención quirúrgica y una larga convalecencia alejada de Kapurthala.